Arcaico festival cuyo objetivo es la renovación de
lo viejo y la eliminación de las impurezas religiosas de Roma, encarnado en unos muñecos elaborados en mimbre, los cuales son
depositados en unas capillas y posteriormente ser arrojados al Tíber. Tales
ritos se realizan y completan a lo largo de diferentes meses. Por ello, aunque
se trata un único festival, se celebraba en diferentes fechas –las indicadas en
el título son aproximativas, pues difieren según los autores, ya sean modernos
o antiguos-.
Nota del autor
En la
explicación del festival se observarán incongruencias y contradicciones debido
a la escasa y confusa información que se puede encontrar para su descripción.
Contradicciones que ya existían en tiempos de los antiguos romanos. ¡Que cada
cual según su criterio escoja las que considere más creíbles o apropiadas y que Saturno le ayude!
Oscuro origen
Los autores antiguos no se ponen de acuerdo sobre
el origen de este festival tan controvertido. De todos ellos, Dionisio de Halicarnaso y Ovidio son los que gozan de mayor
autoridad para desentrañar el misterio de este festival.
Primero es importante decir que según la más vieja
tradición existía una colonia griega en lo que sería Roma, en la colina llamada
de Saturno –después llamada colina Capitolina-. Serían los descendientes de Evandro y otros griegos. Cabe decir que
en la antigüedad los griegos recibían el nombre de “argivos”, lo que derivaría
en el nombre que recibe el festival –argei-.
Los escasos griegos de aquella agreste región
–siempre se debe recordar que hablamos de tiempos arcaicos antes de la
fundación de Roma- eran sometidos periódicamente a algún tipo de feroz ritual
por los más numerosos habitantes itálicos. Cada año dos griegos eran
sacrificados, arrojados atados de pies y manos, al fondo del Tíber, todo en
honor a Saturno. Según Ovidio en sus Fasti,
el sacrificio humano se realizaba en respuesta a un oráculo solicitado en
Dodona.
Tras el paso del tiempo llegó el gran Hércules a la región, asentando a un
grupo de sus acompañantes, argivos también. Estos, según Ovidio, añoraban su
lejana tierra griega, solicitaron no ser enterrados al morir, sino ser
arrojados al Tíber para poder regresar “simbólicamente” a Grecia. Sus
descendientes omitieron este detalle y enterraron a sus progenitores. Al Tíber,
por sustitución, eran arrojados muñecos de mimbre que los representaban.
Hércules fue el que sustituyó a su vez los
sacrificios humanos por otro menos cruento y más civilizado, tal y como relata
Dionisio de Halicarnaso en sus Antigüedades romanas:
“Tras las indicaciones de Hércules, en lugar de los hombres a
los que precipitaban en él atados de pies y manos, arrojaban al Tíber
simulacros de forma humana y dispuestos de la misma manera, a fin de que el
terror religioso que subyace en sus espíritus fuera desterrado, aunque
respetando las creencias antiguas. Los romanos continuaban practicándolo en mi época.
Lo hacían después del equinoccio de primavera, en el mes de mayo, el día que denominaban idus
y que fijan a mediados del mes. Ese día, después de haber sacrificado según los
ritos, los llamados pontífices y los sacerdotes considerados como de mayor
importancia, las vírgenes que guardan el fuego perpetuo, los pretores y
aquellos otros ciudadanos cuya existencia a los sacrificios está prescrita,
arrojan desde el puente a las aguas del Tíber simulacros de forma humana, en
número de treinta, y a los que llaman argei”
Ovidio también plantea la posibilidad de que en
tiempos antiguos los arrojados al Tíber fueron los sexagenarios. Costumbre
brutal que él mismo desmentía del siguiente modo:
“Quien crea que lo que se entregaba a la muerte eran
los ancianos mayores de setenta años está acusando de un crimen a nuestros
antepasados. Hay quien opina que los jóvenes, para disfrutar ellos solos del
derecho al voto, tiraban a los ancianos desde el puente.”
Puede notarse que existe cierta contradicción en lo
que cuentan los antiguos, pero como ya se había advertido, no existía
confirmación del origen del festival.
Los argei
Se trataba de sencillas figurillas elaboradas en
mimbre con forma humana, recibiendo también el nombre de scirpeas effigies, o bien, priscorum
simulacra virorum. No debe olvidarse que estas se “ataban de pies y manos”.
Según los autores se elaboran 27, otros dicen que 30. Los elaboraban los
pontífices, las vestales, los pretores y otros ciudadanos tras realizar el
pertinente sacrificio. En teoría representaban a las treinta curias en las que
se dividía el pueblo romano en origen, o las primeras treinta poblaciones
latinas de la región.
Las capillas
de Numa
Algunas fuentes, como Livio, atribuyen a Numa
Pompilio la creación de 27 capillas para la celebración de diversos ritos
religiosos, distribuidas en diferentes distritos en la ciudad de Roma. Estas
capillas fueron llamadas “argei”. En ellas, además, se guardaba importante
material topográfico relacionado con la zona en la que se hallaban.
Varrón nos explica su distribución:
“Antaño los
distintos lugares de la ciudad fueron perfectamente delimitados desde el
momento en que las 27 capillas de los Argei se repartieron en cuatro
demarcaciones urbanas. Se cree que el nombre de argei deriva de los príncipes
que llegaron a Roma en compañía del argivo Hércules y se asentaron en la tierra
Saturnia. De tales demarcaciones, la primera en la lista es la regio Suburana;
la segunda la Esquilina; la tercera la Collina, y la cuarta la Palatina”
Festival de
marzo -15 y 16, o 16 y 17 de marzo-
En esta fecha se realizaba una procesión hasta cada
capilla, donde eran depositados en cada una de ellas un muñeco de mimbre. Desgraciadamente
se desconoce cómo se realizaba dicha procesión, así como su recorrido. La intención
ritual o religiosa era que estos muñecos actuasen como pharmakós, es decir, que absorbieran todas las impurezas de las
gentes de la ciudad. Los antiguos consideraban que era el más poderoso de los
amuletos que podían elaborarse en ese aspecto.
Festival de
mayo -14 o 15 de mayo-
En esta fecha una procesión compuesta de los pontífices,
las vestales, los pretores y ciudadanos ilustres recogían las efigies
depositadas en las capillas. Se dirigían al puente Sublicio, el más antiguo y
sagrado de los que se hallaban en Roma. Desde allí las vestales eran las
encargadas de arrojar los muñecos de mimbre, teniendo cuidado de ser arrojados
al centro del Tíber, para que la corriente los llevase sin descuidos hacia el
mar, además, se les ataba de pies y manos con la clara intención de impedirles
nadar –aunque fuese un acto simbólico- hasta la orilla.
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