Dos solemnes festivales –si pueden llamarse de ese
modo-, de naturaleza fúnebre, cuya función principal era recordar y honrar a los
familiares y amigos fallecidos, ofreciendo flores en sus tumbas. Los diferentes
festivales reciben su nombre por el tipo de flor que suele ofrendarse: violetas
en la violaria, y rosas en la rosaria. Se trata de un acontecimiento
privado y familiar. Según la mentalidad de los antiguos, los manes agradecen en
su eterno descanso este tipo de regalo y ofrenda.
Muchos de los oferentes depositan a su vez flores
en los templos apropiados, incluyendo algunos dedicados a emperadores ya
fallecidos, y por lo tanto, “dioses”.
Banquete
familiar
Durante estos festivales, los familiares y amigos
de los diversos fallecidos engalanan las tumbas con las flores –ya sean
violetas o rosas-, ofreciendo a su vez diversas libaciones, como vino, leche,
miel o aceite. Si en el banquete se ofrece carne, el animal se sacrifica en
honor a los fallecidos, libando su sangre como solemne ofrenda. Una porción de
la comida se reserva a los fallecidos, tal y como si estuviesen presentes.
Popularidad
de la rosaria
Ambos festivales comenzaron a ganar en popularidad
en tiempos imperiales -siendo practicado por los patricios en tiempos de la República-, aunque la rosaria
siempre fue más popular y multitudinaria que la violaria. Sin embargo, ambos festivales trascendieron el solaz italiano, practicándose en gran parte del Imperio.
La rosa era la flor más notoria de
la antigüedad, representando con su llamativo color rojo la sangre y la
mortalidad, entre otras cosas, como el corazón, la pasión y la voluptuosidad. Estaba
vinculada especialmente a Marte, Venus y Adonis, y en menor medida a Dionisios,
Hécate, las Gracias y las Musas. Incluso entre mayo y junio, los soldados
engalanaban los estandartes con coronas de rosas, lo que recibía el nombre de rosaliae signorum; hasta los emperadores
gustaban exhibir coronas elaboradas con rosas.
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